domingo, 16 de octubre de 2011

¡Basta!

Debo cesar aquí el fastidioso relato que he contado hasta el momento. Primero, por esa inclinación religiosa de la que no dejaba de hablar. ¡Basta! Estoy cansada. Dejé de creer en, Dios, en el momento que se olvido de nosotros, sus creyentes, que no hacíamos otra cosa que rogarle con toda la fe que teníamos.

Ahora comienzo mi verdadero relato, mi cruel realidad, mi enorme pesadilla. Una historia de sentimientos dolorosos. No puedo hacer otra cosa, pues carezco de imaginación para hacer tramas. Lo qué voy a narrar es tan solo la enorme injusticia que el gobierno hizo con nosotros los mexicanos, bueno también hablare de un amor, que por desgracia me rompió el corazón.

El joven del que voy a hablar era un guapísimo coronel del ejército: llamémosle Roberto Herrera...El nombre prefiero cambiarlo, ya que seria tormentoso para mí estar repitiendo y recordando su nombre. Era perteneciente a una familia de alto nivel, gallardo, de buenos modales. También era de esos hombres que agradaba a casi todos, qué era querido por sus compañeros; en pocas palabras era absolutamente simpático. Me encantaba y no sólo a mí, si no de igual forma a la mayoría de mis amigas. Poseía muchas de las cualidades que son eficaces para cautivar a una mujer. Claro, eso creía yo antes de saber realmente que todo era pura apariencia.
(versión final)

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